El 50 aniversario de Mortadelo y Filemón está acaparando en las últimas semanas el interés de los medios. Fiestas, homenajes, artículos en los principales diarios del país, y las giras por las principales ciudades de España. ¿Dije principales? Por eso me llamó la atención la noticia de que Ibáñez iba a venir a mi ciudad, de tamaño e importancia más bien discretas. No es la primera vez desde luego. Estuvo cuando el 40 aniversario, y hace un par de años en El Corte Inglés. Pero uno no deja de considerarse un privilegiado por tener la posibilidad de conseguir una firma en una conmemoración tan especial. Y una vez concretado el día y la hora, me dirigí hacia la feria del libro con mi recién adquirido Gran Libro para que el maestro me estampase su dedicatoria y un Mortadelo. Iba bien de tiempo, las 18: 30, y estaba previsto que Ibáñez firmase a partir de las 19: 00 horas. Lo que no esperaba es que la cola llegase casi hasta el fondo del patio. Hasta que uno no está en una de estas colas kilométricas, no entiende del todo la expectación que sigue generando el creador y sus personajes tantos años después. Mortadelo y Filemón forman ya parte indisoluble de la historia personal de generaciones de españoles, que se veían reflejadas en esa cola, en cualquier cola de España. Los niños amenizaban la espera leyendo su mortadelo recien adquirido, y los padres escogían su mejor volumen para traerlo a la sesión. Un aficionado trajo un incunable, la primera edición de El Sulfato Atómico.
A las 19: 00 en punto Ibáñez entró en la sala de prensa, acompañado de las cámaras y más gente que imaginé serían periodistas para unas declaraciones de prensa o radio. Al día siguiente leí que la alcaldesa le regaló al autor un pastel con motivo del cincuentenario de los personajes.
La cola se movía lentamente, mientras seguía creciendo y creciendo y se doblaba ahora hacia la puerta de entrada. Dias antes se había dado la noticia de que sólo estaría firmando una hora, cosa de todo punto improbable habida cuenta de las multitudes que sólo Ibáñez es capaz de convocar.
En la larga espera, se podía observar la expectación de los aficionados, sus ilusiones, sus comentarios. Relataré sólo uno por significativo. Detrás de mí había dos niños, chico y chica, de unos 8 a 10 años, acompañados por una pareja de adultos. El hombre preguntaba a los chicos, medio en broma, por su afición a los personajes. A la chica le preguntó si ella leía a Ibáñez o a Mortadelo. La niña le respondió con toda lógica que a Mortadelo, porque Ibáñez es un señor y no se le puede leer. Un rato más tarde, el de las preguntas indiscretas increpaba al chico sobre lo que le gustaría ser de mayor. Sin dudarlo, éste respondió: “Yo quiero ser lector de Mortadelo”.
A las 22:00 horas y algún minuto me tocaba por fin el turno. Ya empezaba a notarse el frío combinado con el entumecimiento del plantón. Le acababan de traer al maestro un “asiático”, un café con licor oriundo de la zona, que Ibáñez tomó en dos largos sorbos, tan rápido como habla, o como despacha a sus lectores. “¿Para quién es el álbum?” Me preguntó, y en unos segundos, con su acostumbrado trazo rápido, entrenado en tantas sesiones de firmas, me dibujaba un Mortadelo, este que pueden ver aquí.
Eso hubiera sido todo sino fuera porque mi acompañante le comentó que yo había escrito un libro sobre los personajes. Con su ironía habitual me preguntó: “Pero, ¿me pones bien o como hoja de perejil?” le contesté que bien claro, y me estrechó la mano con su característica sonrisa en los labios.
Así terminaba mi pequeña odisea en pos de la preciada firma. La cola aún alcanzaba la misma longitud que cuando nos incorporamos tres horas y media antes.